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Entrevista para La Verdad por Antonio Arco

Fotografía: ©Vicente Vicens

Dice Ignacio Martín Lerma (Logroño, 1981): «Soy mucho más niño de lo que parezco». Arqueólogo vinculado a la Universidad de Murcia (UMU), experto en el Paleolítico, cortometrajista y poeta, no quiere dejar que se le escape ni un solo instante de existencia sin habérselo bebido, dulce o amargo, hasta el fondo. Y cuando llegue el tiempo de partir para siempre, que no haya maleta suficiente donde poder guardar las recuerdos exultantes de «los viajes, los paseos, los libros, / los ratos de silencio, las caricias, las huidas, / las trampas peligrosas donde caíamos a veces, / las palabras que al fin terminaban rescatándonos, / el primer día, los planes para volver a vernos, / una imagen de ti con el pelo mojado saliendo de la ducha, / o el tacto de tu piel todavía en mis dedos».

¿Qué no es cierto?

Pues, aunque es verdad que casi siempre llevo puesta una sonrisa de oreja a oreja, no es cierto que sea un arqueólogo, poeta y cineasta que no tiene ningún problema en la vida; claro que los tengo, pero me los guardo para mí y ni siquiera me gusta darle la paliza a los amigos con ellos.

¿Quién es usted?

Un tío muy soñador al que le encanta ponerse retos y que tiene bien claro que, aunque una noche se acueste con el ego por la nubes porque se ha sentido admirado por mucha gente, al día siguiente la vida se encarga de demostrarte que eres un puto pringado, como todos.

¿Qué hace con frecuencia?

Esforzarme por ir superándome. Llevo haciendo cortos desde que tenía ocho años, escribiendo poesía desde los nueve y queriendo ser arqueólogo desde que nací. El primer regalo de Reyes que recuerdo fue una bolsa con picos y palas, ¡qué felicidad!

¿Cómo era de pequeño?

Era un tímido de mucho cuidado. Ahora tengo aire de echado para adelante, y recito tan normal mis versos ante cientos de personas, pero yo era ese niño que se sentaba siempre en la última fila, al que le decían ‘pestañas’ y que cuando contaba un chiste no se reía ni Dios. No sé por qué era tan tímido, la verdad.

¿Por qué arqueólogo?

Me encanta el pasado, conocer los orígenes; creo mucho en la importancia de los principios y siempre me ha llamado la atención poder ir teniendo respuestas a esta pregunta: ¿de dónde venimos? Así es que el Paleolítico me vuelve loco. Me despertaba mucha curiosidad la industria lítica, que estudia las herramientas que se utilizaban entonces. Se ha analizado mucho cómo se fabricaban y el origen de la materia prima, pero mucho menos su funcionalidad. Un neandertal no hacía una herramienta para que luego llegase un arqueólogo y le pusiese nombre y apellidos, sino porque esta tenía una función. De investigar sobre esas funciones se encarga la traceología, disciplina en la que soy especialista y a la que se dedican muy pocos investigadores en España. Me parece una especie de CSI de la prehistoria muy interesante: intentar saber cómo se utilizaron y sobre qué materias.

¿Qué le resulta curioso?

Que una piedra que esté investigando, fea, pequeña y rota, me emocione tanto como ver un gran templo egipcio, maya o azteca.

¿A qué presta atención?

No quiero perderme ni una sola emoción, no quiero dejar de dar ni un solo beso, ni un abrazo, ni un apretón de manos; no quiero perder ni una sola oportunidad de escuchar a un amigo, ni quiero dejar de cuidar las palabras; me niego a dejar de ser el tío sensible, romántico y tierno que soy.

¿Sin qué no puede vivir?

Sin piedras, sin fotogramas y sin versos.

¿Qué ha sido una gran suerte?

Tener los padres que tengo, yo soy un calco de mi madre y de mi padre; nunca les podré agradecer lo suficiente que me hayan dedicado tanto tiempo, que hayan estado siempre tan cerca de mí y que se hayan empleado a fondo en educarme de verdad, día a día. Bueno, todo eso y que… ¡nos hayamos recorrido Europa en autocaravana!

¿Una decepción?

La primera vez que me rompí un poco por dentro, por una decepción afectiva, descubrí que eso que yo pensaba de que la gente es buena por naturaleza no es tan cierto; hay gente que parece disfrutar haciendo daño.

¿Qué ha llegado a hacer?

Ponerme un corazón coraza, como dice Mario Benedetti. Lo he hecho para evitar que me hagan daño; pero, al final, me termino quitando la coraza porque me da mucha rabia tener que ir por la vida sin poder fiarme de la gente. Creo que ir acorazado no es justo para mí porque viviría la vida de otra manera.

¿Qué ha logrado ser?

Cinturón negro de kárate.

¿Qué le cuesta trabajo?

Disgustarme, porque pienso que tomar disgustos es perder el tiempo. Huyo de los malos rollos.

¿Cuándo supo que esto de vivir no es fácil?

Lo supe desde niño. Mis padres son psicólogos y se dedican a temas de discapacidad. Me he criado rodeado de niños con síndrome de Down, con espina bífida, parapléjicos…; lo he vivido con normalidad, eran mis amigos. Sé lo frágiles que somos, lo dura que es la vida para mucha gente y lo que nos necesitamos unos a otros.

¿Qué reconoce?

Que quiero ser el mejor siempre y que eso no es posible.

¿Dónde se va?

A Marruecos, al desierto. Unos días de desconexión total. A ver amaneceres y puestas de sol y a escuchar el silencio.

¿Qué estuvo muy bien?

Estar dos meses en México dando clases, viajando mochila al hombro por sus yacimientos arqueológicos y haciendo mi nuevo corto.

¿De qué trata?

Es un corto sobre fantasmas, se titula ‘Children of the night’ y transcurre en un colegio. La hemos dirigido Carlos Cavalo y yo y la produce Jannet Trejo de Bajío Shimbun.

¿Por qué le interesa tanto el miedo?

Soy un friki del cine de terror, psicológico y de todo tipo, incluida la casquería pura y dura; un apasionado del miedo, de lo paranormal, de la violencia. En mi casa tengo un cuarto que llamo el cuarto del terror. Tengo más de 9.000 películas del género de terror. El miedo es una de mis obsesiones desde pequeño. Es nuestra emoción más básica y tiene mucho que ver en cómo nos movemos en la vida. Disfruto muchísimo jugando con los mecanismos del miedo. Y también con el cine violento; de hecho, uno de mis cortos más premiados, ‘Merry little christmas’, es muy bestia.

¿Con qué está de acuerdo?

Dice Orson Welles: ‘Es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta’.

¿A qué no está dispuesto?

A tener que taparme con las sábanas de la resignación.

¿Qué no querría?

Estar triste. Tengo un verso en el que le pido a la tristeza que no me cierre los ojos.

¿Qué es lo peor?

Sentirse solo con la persona a la que amas.

¿Qué llegó a hacer tras un desengaño amoroso?

Tratar de engañar a mi casa, haciéndole creer que ella no se había ido. Intentaba cada día engañarla, pero ni la casa ni yo nos creíamos ninguna de mis mentiras.

¿Cuál es la realidad?

Que solo me gusta mi cuarto cuando su espacio lo ocupan dos.

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